Para entender por qué algunas personas son propensas a sufrir ataques de pánico, existen diferentes enfoques que enfatizan su origen. Algunos autores destacan el procesamiento emocional y el aprendizaje asociativo, una evaluación cognitiva errónea de los síntomas de la crisis, o también se habla de una sensibilidad fisiológica de base. Una de las premisas más apoyadas por estudios empíricos es la sensibilidad o disposición a la ansiedad.
Los estudios iniciales del ataque de pánico realizados por Barlow (1988), se refieren a una activación errónea del “sistema del miedo”, donde se habla de una vulnerabilidad biológica ante situaciones estresantes del cotidiano. Desde esta perspectiva, se suma la vulnerabilidad psicológica de los sujetos, quienes cuentan con un grupo de creencias que procesan los síntomas del pánico como peligrosos; por ejemplo, la persona piensa que se va a morir o que no tiene control. Por otro lado, también se suman las creencias asociadas al autoconcepto, como sentirse frágil o incapaz de controlar las emociones, y también las percepciones sobre el mundo, considerando las circunstancias como impredecibles e incontrolables. Este enfoque cognitivo-conductual supone que dichas creencias emanan de experiencias vitales, donde el sujeto aprende de las figuras de cuidado sobre los peligros mentales y físicos en relación a ciertos síntomas corporales; lo cual incluye los eventos estresantes próximos a la primera crisis de pánico.
En este punto, tiene sentido los descubrimientos de un estudio a largo plazo, donde se halló una mayor prevalencia de trastornos fóbicos en jóvenes que se desarrollaron en familias sobreprotectoras. Este estilo de crianza ha sido una tendencia en la sociedad, donde la familia entorpece el conocimiento e incremento de los recursos personales de los niños, niñas y adolescentes. Como menciona Jean Piaget (1937), la realidad del niño es construida a través de la acción del ensayo y error. Por ende, resulta previsto que los sujetos que no pudieron responder ante situaciones estresantes no pueden manejar las sensaciones intensas de miedo y malestar asociadas al pánico.
Si bien, los estilos de crianza y las experiencias vitales estresantes pueden ser un antecedente que llegue a precipitar los ataques de pánico, no se puede desatender la pauta que mantiene la persistencia de estas crisis. El efecto traumático que generan las sensaciones de pánico, generarían asociaciones o un condicionamiento sobre el miedo; que incluye los elementos del contexto en que se desarrolla el ataque de pánico y la experimentación de los síntomas. De esta manera, se genera un miedo a las mismas reacciones de pánico, que alimentan un círculo vicioso de “miedo al miedo” que funciona como una profecía autocumplida, donde se predice el peligro de una crisis a la vez que se otorgan significados negativos a los síntomas.
Un ejemplo sería: